Promediando los años noventa, el creador de El Cuervo retornó a las viñetas con una persecución letalmente imaginaria.
Un probado comodín narrativo, las escenas de persecución son un recurso altamente usado que permiten aportar dinamismo a la acción. Desde las melodramáticas dime novels, del oeste, hasta los relatos policiales pasaron de complementar (o extender) los sucesos presentados a convertirse en una premisa atractiva, sobre todo explotada en el cine mediante las llamadas road movies –partiendo con Stagecoach en 1939- y donde los celebrados segmentos en filmes como Bullit (1968) y The Italian Job (1969) extendieron su fuelle al suspenso de Duel (1971) o la distopía que presenta The Road Warrior (1981).
La historieta proyectó sus propios caminos, siendo un vehículo idóneo para expandir los límites de la recreación artística a punta de imaginación. Y mientras Michel Vaillant (1957), Ruta 44 (196) o Drag N Wheels (1968) incorporan ocasionales persecuciones en sus tramas, la historieta de autor aborda la persecución como parte integral, afín a las directrices clásicas de las mencionadas road movies -la búsqueda; la persecución fuera de la ley– y vertidas en obras independientes como Pink Dust: Morphine Dreams (1999), del dibujante y guionista James O’Barr.
POLVO ROSA EN UNA LUNA AMARILLA
Tras obtener el reconocimiento del medio con The Crow (1989), James O’Barr buscó senderos creativos lejanos de lo que pretendía fuese un ejercicio catártico para la tragedia personal que lo llevó a escribir la historieta (y derivó sin desearlo en un objeto de culto en el filón goth-punk). Limitándose por años a realizar portadas e ilustraciones, en 1998 sorprende con Pink Dust, número único que edita Kitchen Sink.
Descrito por el autor como “un ejercicio de autoindulgencia”, el monográfico reúne tres trabajos breves que reflejan su faceta más experimental y -si se quiere– poética. Tanto el apasionado poema ilustrado Pink Dust on a Yellow Moon (Morphine Dreams #39) como la colección de retratos Wages of Sin (inspirados en la difunta esposa de O’Barr, Kerin) abordan los altibajos del amor desde una perspectiva renovada, poderosa y romántica que arroja alguna luz sobre la sombría nostalgia acusada hasta entonces por su producción; con todo, también resulta interesante Slave Cylinder, la única historieta propiamente tal incluida en el cuadernillo que se rescata por primera vez en blanco y negro, tras publicarse toscamente en la antología menor Bone Saw.
Con características que recuerdan a un estado de conciencia alterada, sus 24 páginas presentan la extraña odisea de Henry, un joven piloto cuya apariencia post-punk refiere inequívocamente al icónico Eric Draven. A bordo de la veloz Madra -un Plymouth Roadrunner VII modificado, que es a la vez computadora, hogar y confidente-, atraviesa una idealizada Sudamérica desde Tierra del Fuego hasta una desértica Venezuela, junto con un puñado de ratones parlantes que bien puede engendrar su imaginación; travesía interrumpida cuando es alcanzado por la feroz pandilla de los Coyote Boys.
Acá se desata un singular asedio, en el que conductor y máquina se juegan –aparentemente– la vida en absurdas situaciones y brutales ataques que refieren inequívocamente a las caricaturas de Wile E. Coyote and the Road Runner, quizás el más popular dibujo animado sobre persecuciones que acá se cita con recurrencia desde el aspecto de los motoqueros hasta el modelo del vehículo; todo en un ritmo que crece página a página hasta un brusco desenlace en el que O’Barr muestra un giro inesperado al humor absurdo; faceta inédita y refrescante.
Las numerosas alusiones y guiños gráficos a estimulantes –siempre desde un énfasis caricaturesco– sugieren que la aventura bien puede ser un delirio de Henry, algo bastante confirmado en la ambigua presencia del escritor William S. Burroughs (figura de la literatura beat y lisérgica) en una alucinación final bastante evidente. Con todo, el aparente pastiche de cultura pop que traza el dibujante guarda en paralelo una sublectura más compleja y profunda.
Tradicionalmente, las road movies se enfocan en el tema de la masculinidad, donde el tema central gira en torno a la rebelión contra las normas sociales conservadoras. La crisis personal y la rebeldía corren paralelas a la cultura del automóvil, brindando a la persecución –acá reflejada doblemente en el recelo hacia la policía y luego a la pandilla– un atentado a la libertad personal. Ni siquiera el remate sarcástico de Madra cubre del todo una carrera que es, a final de cuentas, una lucha contra la coerción; la marca del rebelde en su expresión universal.
Una rareza a estas alturas –y sin una reedición posible a la vista- Slave Cylinder muestra una cara distinta de James O’Barr, oscilando entre la fantasía lisérgica y el humor absurdo en un viaje más interno que real. Una persecución en la que el coyote y el correcaminos confluyen en un solo personaje; trance sin un ganador aparente.