No se trata, por supuesto, de un tema reciente. Recuerdo un extinto foro de internet donde se discutía al respecto, y cierto dibujante justificó su inconstancia al producir historietas “porque es una de las tantas cosas que todos hacemos junto con ver series, jugar videojuegos y otros pasatiempos”.

Y sí, se trata de una mirada absolutamente válida. Tanto como querer ir más allá, verse publicado, convertirse en un profesional que trabaja para las grandes editoriales o incluso llegar a vivir únicamente de creaciones propias; la cuestión reside en si cada uno entiende (y acepta) los pros y los contras que implica cada elección. Pues la historieta – arte u oficio – se acostumbró a pelear un sitial cada vez menos seguro frente a otras formas de expresión audiovisuales; pasa hasta en sus más sólidos mercados, donde ni siquiera Marvel o DC Comics pueden depender ya de vender ejemplares.

Howard Chaykin (considerado alguna vez “l’enfant terrible del panorama estadounidense”) señaló en su oportunidad que el estatus de “estrella del cómic” equivale a ser el enano más alto. Consultado sobre la importancia que tiene Jack Kirby para la cultura del siglo XX, el dibujante canadiense John Byrne (quizás su más grande fanático y seguidor) respondió: “Ninguna”. Y otro tanto podemos añadir desde estas regiones, donde realizar historietas pasó a ser una excentricidad cuando de entrada no se le relega a un escapismo infantil.

Al final del día, quienes nos aventuramos con las viñetas llegamos acá por una razón terrible en su sencillez: porque nos gusta. Se trate o no de un medio menor y aceptando que en buena medida equivale a salir a la cancha con un marcador en contra. “En el cómic, el ciclo empieza en todas partes – observa Scott McCloud – y en unos cuantos casos se desarrolla un amor que durará toda la vida”.

Somos leales a nuestros cariños. Nada más.

Todo estilo es imperfección.

Autobiographix (2003) reúne a diversos autores compartiendo experiencias personales, muchas relativas al oficio que eligieron. (Fuente: Abandonad Toda Esperanza).

Cada vez que empiezas una historia, estás creando un mundo que pueblas con tus intereses y obsesiones. Construido naturalmente sobre obras anteriores e influencias varias, pero igualmente legítimo cuando se es genuino en aportar una aproximación propia.

Para el célebre guionista británico Alan Moore, el trabajo del escritor es conjurar un sentido de la realidad ambiental de la manera más completa y discreta posible, “tanto si él o ella intentan representar una colonia en Neptuno en el año 3020 o la vida social londinense alrededor de 1890”. Debe tenerse una imagen clara del mundo imaginado, considerando el entorno que se trazará como un todo y en detalle… antes de siquiera ponerse a escribir.

La idea así va cobrando el valor de una semilla, que esperamos ver germinar bajo nuestro trabajo, constancia, paciencia y – por supuesto – un continuo aprendizaje. Jamás se termina de aprender.

El ilustrador Whilce Portacio destacó, en una entrevista a Comics Scene, la fortuna de haber contado con un inspirado profesor de arte, quien lo alentó a abandonar cualquier imitación: “Si te dedicas a copiar a algún dibujante, quizás consigas replicar sus aciertos… pero también cometerás sus errores. Y al ser tu trabajo una copia, se acentuarán mucho más”.

He visto a muchos dibujantes aficionados practicar una y otra vez cierta firma “característica” que estampan en sus dibujos (a la manera de Walter Simonson y Gil Kane), cuando pudieron aplicar ese tiempo en mejorar aquel escorzo flojo que aún no logran dominar, pulir sus fondos o – en el caso de los guionistas – afinar diálogos y ritmo. Aludir a un “estilo propio” es la excusa más recurrente entre esos mismos aficionados, quienes descuidan frecuentemente el contenido; si algo conecta a músicos tan distintos como Charlie Parker, Keith Emerson o Johnny Marr es haber conocido primero su instrumento y explorar sus posibilidades. El mentado estilo llegó sin apresurarlo.

Japanese Notebooks (2003) y la experiencia del italiano Igort en la industria del cómic nipón (Fuente: Papel en Blanco).

Por eso avanzar no implica disfrazarse de “profesional”. El lápiz o moleskine “idóneos” no suplen el valor de la práctica y la experiencia, al igual que un esquema prestado no garantiza éxito. Neil Gaiman contaba haberle preguntado en alguna ocasión a su amigo y referente Alan Moore por su estructura de guiones, a lo que Moore respondió metiendo la mano al bolsillo para luego entregarle un papel arrugado, con apuntes surtidos.

Para ellos, la observación simple cobra un valor especial para orientar una mente creativa, desterrando supuestas leyes no escritas y esa “sabiduría convencional” que, validada a punta de repetirse, terminó arruinando la industria, yendo después por la iniciativa misma. Trabajo, disciplina y constancia implican una receta a todas luces exigente, pero cuyos frutos resultan finalmente prometedores.

“Toma riesgos y no temas a nada. Especialmente a fallar.” El consejo de Alan Moore se resume a atreverse con aquella idea celosamente guardada. Perder el miedo. Y dejar de seguir viendo cómo alguien más disfruta haciendo lo que más nos gusta.

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GONZALO OYANEDEL (Viña del Mar, 1975) es periodista y guionista de historietas con experiencia en radio, televisión y prensa musical. Creador de EL VIUDO (personaje noir con tres entregas desde el 2012) y la saga postapocalíptica NUKE, destacan también las novelas gráficas CIGARRILLOS DEL EDÉN (2018), LONDON AFTER MIDNIGHT, LORDS OF ADVENTURE (ambas del 2019), las historietas MALAS CALLES (2017), KUDRYAVKA: LA HISTORIA DE LAIKA (2018) y el relato de fantasía HAROU, LA JOYA DEL SOL ROJO (2018). Es también autor de los ensayos MÁSCARAS, EL HÉROE ÉPICO EN LOS UNIVERSOS NARRATIVOS (2018) MARVILAS: LA MUJER EN LA HISTORIETA DE AVENTURAS DEL SIGLO XX (2018) y PROTOCULTURA: CRÓNICA DE LAS GUERRAS ROBOTECH (2020). Vive en Santiago de Chile junto a sus gatos.

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