Por Paquita Armas Fonseca

En Cuba, el cómic o historieta se conoce como “muñequitos”, una palabra que nos lleva a la misma historia de la isla, donde, mucho antes de la llegada de los españoles, existía una tradición de dibujo. Como prueba, nos quedan identificados 292 estaciones o sitios de arte rupestre en el país, de los que el 57% son de tipo pictográfico, con numerosos “muñequitos”.

De no haber sido eliminados por medio del trabajo forzado o las epidemias, algunos de los 300 mil indígenas que poblaban entonces la isla pudieran haber tenido historietistas entre sus descendientes.

Pero, lo documentado en la historia de Cuba es que fueron los dibujantes españoles los que pusieron la simiente de este “noveno arte”. El bilbaíno Víctor Patricio de Landaluce, un pintor costumbrista y satírico formado en Francia, publicó en 1864 Todo sobre el mareo, en el semanario Don Junípero, considerado una de las primeras historietas cubanas. Claro, con las guerras de independencia sus viñetas se convirtieron en ataques contra las acciones independentistas en la isla.

Después de la Guerra de los diez años (1868-1878), los artistas españoles atacaron con ilustraciones y caricaturistas a los independistas en La Charanga (1857-1859), Juan Palomo (1869-1874), Don Junípero (1864-1869) y, la más longeva, El Moro Muza (1859-1875).

Por su parte, los insurrectos cubanos publicaron periódicos como El Cubano Libre (1868-1871) y Patria (1892-1898), pero estos no incluían muñequitos ni dibujos sueltos, a diferencia de  Cajarajícara, con el subtítulo de Batalla Semanal contra España, (1897), creado por Enrique Hernández Mirayes, en Nueva York y dirigido a los exiliados cubanos. A partir de ese año, se incrementan las tiras cómicas anti españolas. Basta apuntar que, en diciembre de 1898, al momento de la derrota de los españoles en el archipiélago, ya existían 88 publicaciones independentistas cubanas en el exterior.

CÓMIV, ORIGEN E INFLUENCIA

Europa fue el lugar donde primero se desarrolló la historieta, pero fue Estados Unidos su gran impulsor. El primer cómic moderno publicado en el mundo fue The Yellow Kid (El chico amarillo), el 16 de febrero de 1896, en el diario The World, de Nueva York. Fue entonces cuando se empezó a usar la expresión “cómic” para definir la historieta en sí, aunque de manera popular.

Si ese fue el primero, según el consenso de historiadores, hubo otros antes en las revistas Puck (1871), Judge (1882) y Life (1883), que imitaron a la británica Punch (1841). Poco a poco fue surgiendo esta nueva industria, que a principios del siglo XX no solo producía sino traducía al español a Flash Gordon, Krazy Kat, Li´l Abner, El Príncipe Valiente, Popeye, Terry y los Piratas, Tarzán y Superman, entre otros súper héroes.

Ludovico Silva en Teoría y Práctica de la Ideología, señala que los cómics estadounidenses son “medios de diversión en apariencia y medios de comunicación ideológica en su estructura” y “no son otra cosa que un sutil modo de gravitación ideológica de Estado Unidos sobre nuestros países”.

Ariel Dorfman y Armand Mattelart en ¿Cómo leer al Pato Donald? apuntan que “existe una penetración ideológica encubierta en las historietas procedentes de los Estados Unidos y que, con este fin, las viñetas de Disney fueron publicadas en más de cinco mil diarios en todo el mundo, traducidas en más de treinta idiomas.”  El Mundo, El Pais , Información y Diario de la Marina, periódicos de buena circulación, en Cuba,  reproducían numerosos personajes entre los más de 400 nacidos en EEUU.

A partir de 1927, se produjeron algunos intentos de publicar historietas a manera de réplica de los cómics procedentes de los Estados Unidos, como El Curioso Cubano, de Heriberto Porte Vilá, pero muchos de los esfuerzos realizados resultaron infructuosos, ya que era difícil competir con las tiras norteamericanas por su bajo precio.

Así como en Europa, durante la primera mitad del siglo XX,  las revistas satíricas ilustradas, tanto el humor gráfico, como las caricaturas y los cómics, alcanzaron en Cuba un mayor protagonismo. De 1915 a 1922, la revista Bohemia publicó Aventuras de Pepito y Rocamora de Pedro Valer; Carteles lo hizo de 1932 a 1933 con Bola de Nieve, Mango Macho y Cascarita, de Horacio Rodríguez.  Revista Rosa, del diario El Avance (1936-1939), sacó la historieta de José Dolores de Rafael Fornés, autor al que ya octogenario tuvo el placer de entrevistar, especialmente por su personaje Sabino.

Si bien algunos autores autóctonos de historietas lucharon con vehemencia por encontrar un espacio para sus creaciones, no fue posible la configuración de una industria nacional sobre el noveno arte.

PARECÍA QUE SÍ … PERO NO

En los años sesenta parecía que la historieta tendría al fin su despunte definitivo. Salieron de las prensas obras como Supertiñosa, una parodia de Superman, de Virgilio Martínez, que aún despierta la admiración de los estudiosos. Muchos dibujantes, algunos provenientes de la industria publicitaria, se subieron a aquel tren que aparentaba tener un futuro provisorio. Nació, por ejemplo, el semanario Pionero, que publicaba numerosas páginas dedicadas a historietas que reflejaban nuestras realidades. Años después, se le uniría la revista Zunzún. El Pitirre era una manera diferente de hacer historietas. Salomon y Sabino eran muñequitos de pensamiento.

Sin embargo, un enemigo le salió al paso al cómic cubano: nació y fue creciendo una corriente de pensamiento que quería abolir todo lo que hubiera surgido en Norteamérica. Los muñequitos, -como el rock-, tienen su origen, para bien y para mal, en Estados Unidos. En ambos casos, a la vez de facilitarles todo el desarrollo, han sido manipulados con fines políticos totalmente ajenos a los presupuestos de la sociedad cubana. Pero, esa no es razón para borrarlos del mapa, al contrario: si son tan eficaces como medios comunicativos, lo lógico es utilizar sus recursos.

Contra esa postura de algunos críticos ortodoxos y uno que otro funcionario, se tuvieron que enfrentar los historietistas cubanos. El tratamiento del héroe, tanto ficticio como real, pasó a ser, en gran parte maniqueo, con personajes tan buenos o tan malos, que resultaban poco convincentes. Esa tendencia no solo afectó la historieta sino también a las telenovelas, aventuras televisivas, algunos filmes y hasta cierta zona de nuestra literatura, que también padecieron el mal de pintar a los cubanos en puntos extremos: como los seres más beatíficos del mundo, “buenos” o, todo lo contrario, luciféricos “malos”. A la vez, dejaron a un lado la crítica a los problemas cotidianos y se convirtieron en un canto apologético a la sociedad, como si se tratara de un dechado de perfección.

Toda esa realidad parecía que tendría un cambio en la década del ochenta.  Ya existía entonces la Editora Abril, que además de contar con el semanario Pionero y la revista Zunzun, divulgadores de la historieta, publicaba libros de cómics. En 1985, se creó la Editorial Pablo de la Torriente Brau, con una importante línea dedicada a los muñequitos. Se publicaba, igualmente, un tabloide quincenal con 53.000 ejemplares, dos revistas, una mensual con 80.000 y otra semanal con 30.000. Hasta 1991, vieron la luz cerca de 300 libros en los que se difundieron autores medulares extranjeros, pero especialmente cubanos.

El problema de dónde publicar se había resuelto y se caminaba hacia la consolidación de cómics de actualidad, que exploraban la realidad. A finales de dicha década, se realizó el Primer Encuentro Latinoamericano de Historietistas y los creadores tuvieron oportunidad de intercambiar con sus colegas de otras latitudes. En la bienal de humorismo, también se incorporó el género a la competencia. En fin. En el momento en que la industria experimentaba su punto más alto, se produjo el derrumbe del campo socialista, que llegó a Cuba con una terrible crisis económica conocida como “Período Especial”, que obligó a reducir el uso de papel al mínimo. El resultado fue que os historietistas se vieron de nuevo sin tener apenas donde colocar sus obras.

Muchos de los personajes de historieta saltaron al dibujo animado: Elpidio Valdés, Matojo, El Capitán Plin, Yeyin, Cecilín y Coti, Fernanda, algunos de ellos en momentos que no ha existido papel.

En los últimos años han ido surgiendo historietas online, pero como dice Pánfilo, el personaje humorístico más popular de Cuba, “esa es otra historia”.

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Soy cubana por nacimiento y orgullo, y periodista por vocación y profesión. Empecé como reportera en el Periódico ¡Ahora!, de Holguín, y en La Habana he trabajado en las Revistas Somos Jóvenes (jefa de redacción), El Caimán Barbudo, (jefa de redacción y directora), Radio Reloj, Revista Pionero y Alma mater. En todas las publicaciones he impulsado la promoción del cómic y el dibujo animado, incluso en Radio Reloj, emisora en la que mantuve semanalmente la sección La vida en cuadritos por varios años, en la década del 90. Esas entrevistas y cometarios acerca de la historieta devino libro en 1993, con el mismo nombre y ganó el premio La palma real, en un encuentro iberoamericano de historietistas. En la década siguiente retomé la sección en la revista digital La jiribilla, con entrevistas y comentarios. Escribo sobre audiovisuales en Cubadebate, La Jiribilla, El Caimán Barbudo, el Portal de la televisión Cubana (donde tengo una columna) y otros órganos de prensa.

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